LOS NIÑOS QUE LLORAN
Por: Jose Manuel García Bautista
En su momento los llamamos: “”Niños llorando”: Los cuadros malditos (Pintando la muerte)”, y la verdad es que no deja de ser una historia espectacular nuevamente sumergida en las brumas del misterio y la leyenda urbana…Pero, ¿dónde comienza la una y acaba la otra? En muchas ocasiones aquí está la clave de una leyenda urbana, una buena leyenda urbana y el misterio.
El personaje que le queremos presentar es un impactante pintor, llamado Giavanni Bragolin, pero conocido como Bruno Amadio. Aquel pintor no destacaba excesivamente en nuestra sociedad deshumanizada pero alcanzaría cierta popularidad a raíz de una serie de cuadros que serían conocidos como “Los niños que lloran”.
Y su historia maldita comienza cuando retrata a un niño que estaba internado en un orfanato. Cuenta la leyenda que años después aquel orfanato se incendió y el espíritu del niño poseyó el cuadro que le hiciera Bragolin, como los primeros retratos que se les hacía a los antiguos indios americanos y creían que su alma quedaría atrapada para siempre en aquella instantánea…
Sea como fuere, con el alma de aquel niño atrapada en la pintura, comenzaría un largo rosario de desgracias, accidentes y muertes en torno a aquel cuadro maldito y a otros pintados por nuestro particular artista.
Toda casa que poseía un cuadro de la serie “Los niños que lloran” era afectada por extraños incendios quedando destrozada, lamentando víctimas humanas y con graves daños en el inmueble…, con graves daños excepto en la pared donde se encontraba colgado el cuadro del “Niño que llora” que milagrosamente estaba intacta sin que pareciera haberse producido ningún incendio en aquella vivienda…
En las casas afectadas comenzaban a producirse todo tipo de hechos insólitos y paranormales: se escuchaban lamentos y lloros, objetos que se movían, incendios inexplicables (¿combustiones espontáneas?), anomalías eléctricas… Incluso se decía de aquellos cuadros que “el niño se salía del cuadro, subía a la cama de tu habitación y mueres de la impresión al ver su rostro endemoniado. Luego incendiaba la casa y borraba las evidencias de su crimen”. La leyenda nos hablaba de esa forma de actuar y la verdad es que cuesta trabajo y hacer un esfuerzo de imaginación desbordada el creer que estas pinturas de hermosos niños, o niñas, de ojos llorosos y enternecedora mirada puedan tener un efecto tan pernicioso en el propietario de la misma.
Se preguntarán las razones por las que traemos esta leyenda a las páginas de este libro… Bien, la razón es que Giovanni Bragnolin era hijo de esta ciudad, estando parte de su vida encadenada a esta joya del Guadalquivir, a esta ciudad eterna llamada Sevilla.
Aquellas pinturas tuvieron su momento álgido hacía la década de los 80, tuvieron su principal vía de difusión entre países latinos, como España, Italia, Argentina, Chile o México y era usual encontrar en los salones a un hermoso “niño que llora” cargado de un pragmático sentido bucólico antes que el tradicional cuadro de cacería o la mujer morena de Curro Romero de Torres. Aquella leyenda hizo que estos cuadros cayeran en desgracia y fueran sustituidos por otros según modas y gustos imperantes en la época. Malditos o no, leyendas o no, casualidad o no, hizo el resto… ¿Quién se atreve a poner ahora un cuadro de un “Niño que llora” del pintor sevillano en su salón?