EL INGENIO DE UN REO

Por: Jose Manuel García Bautista

En la Sevilla de Pedro I, siglo XIV, fue capturado un bandido con numerosas denuncias y penas a él imputadas. Se le juzgó en la Casa Cuadra o Audiencia de la Plaza de San Francisco y allí fue encontrado culpable y condenado a la pena capital, a la muerte.
El día de su ejecución fue sacado de las cárceles reales en la calle Sierpes y llevado al patíbulo público en el prado de San Diego, en la hoy zona de Tablada.

Al llegar al lugar donde se le iba a dar muerte comenzó a gritar: “¡No podéis ahorcarme, el rey me ha perdonado!”. Ante tal afirmación el juez mandó parar la ejecución e informar al monarca quién afirmó no haber concedido tal gracia al reo y mandó se cumpliese la ejecución.

Sin embargo Pedro I reflexionó y mandó llamar al alguacil antes de que saliera éste del Alcázar: “Aunque yo no había concedido el indulto, ni siquiera me lo habían pedido, es mejor que no se cumpla la sentencia, porque habiéndolo gritado en público, no quiero que pueda quedar en el ánimo del pueblo de Sevilla, que yo le había indultado y que después he faltado a mi palabra Real”.

El reo no fue ahorcado pero si fue enviado a la cárcel donde acabaría sus días.