TOMASÍN, EL NAZARENITO FANTASMA

Por: Jose Manuel García Bautista

En muchas ocasiones el misterio, las leyendas, o las historias secretas de esta ciudad, Sevilla, te buscan y te atraen como si de un imán se trataran. Así, de forma imprevista, entrando a trabajar en Canal Sur, me detuvo un miembro de la seguridad del edificio con el que tengo amistad y me comenzó a hablar de una historia que me resultó apasionante.

Sin apenas preámbulos me dijo: “Tengo que contarte la historia de un fantasma que está por la zona donde tengo a mi hijo escolarizado. Le dicen el “nazarenito fantasma” y me recordó mucho a esas historias paranormales que tu sueles contar”. De esa forma captó toda mi atención.

Así es la historia, entre la leyenda y la realidad, de Tomasín “El nazarenito de Santa Isabel”. Cuenta la leyenda que se trataba de un niño de apenas unos siete u ocho años, no tenía madre y su padre pasaba casi todo el día trabajando en la red ferroviaria de San Jerónimo, así, con el dinero muy limitado habló con las hermanas del convento de Santa Isabel para que se hicieran cargo de su cuidado mientras él estaba ausente. Las monjas sabían de la muerte de su madre y que aquel padre y su hijo habitaban en la calle Vergara número nueve. Eran conocidos en el barrio y queridos.

La Semana Santa es una época que se vive con especial intensidad en Sevilla y aquel niño, Tomasín, anhelaba salir de nazareno acompañando al Cristo de los Gitanos, con la hermandad que en la época ocupaba el templo de San Marcos. La monjas, sabedoras del deseo del niño decidieron coserle una túnica para que pudiera acompañar en la madrugá a su Cristo que tanta devoción le tenía y que, aunque sólo fuera en un pequeño recorrido, pudiera integrar la fila junto a otros nazarenos.
Tomasín no veía el momento de poder salir de nazareno con “Los Gitanos” y contaba los días, las horas, los minutos y los segundos hasta esa fecha clave, hasta la noche más larga de la ciudad de Sevilla, la de más fervor y más pasiones religiosas. Pero la desdicha quiso que en Cuaresma el niño cayera enfermo, gravemente enfermo. Los médicos iban y venían pero ninguno parecía dar con la clave de aquella enfermedad que se comía, poco a poco, la salud del niño… Tan grave estaba que a los pocos días, entre altísimos ataques de fiebre y convulsiones, Tomasín murió.

El padre quedó desconsolado, había visto morir a su esposa y ahora a su hijo… Las monjas habían cogido un gran afecto a aquel niño y tampoco encontraba consuelo más que rezando por su alma. Todo aún más sentido e impactante cuando el niño fue amortajado con la túnica de nazareno que le cosieron las hermanas y que jamás llegó a estrenar muriendo con el deseo de salir de nazareno en “Los Gitanos”.

Sevilla es tierra de profundas creencias, de convicciones fuertes y grandes devociones, pero también tierra de milagros y de hechos inexplicables. La madrugada de aquella Semana Santa, de aquel Viernes Santo, un grupo de nazarenos cruzó por el entorno donde solía estar Tomasín, atravesaron la plaza de Santa Isabel buscando la iglesia de San Marcos, y vieron como del convento salía un niño de unos siete u ocho años con su túnica puesta y el antifaz bajado apoyándose en una vara. Los nazarenos murmuraron sobre la poca responsabilidad de aquellos padres que dejaron salir al niño solo, apiadándose se dirigieron hacia él pero al doblar la esquina el nazareno había desaparecido y en la solitaria calle sólo destacaba la pequeña vara que este portaba tirada en el suelo.

Recogieron aquella vara y a la mañana siguiente, terminada la estación de penitencia, fueron a entregarla al convento. La conmoción fue fuerte… Aquella vara diminuta era la de Tomasín que ellas guardaban celosamente como recuerdo a aquel niño que se ganó un sitio en sus corazones por su devoción. Al ir a mirar, donde la tenían guardada, si se trataba de la misma comprobaron con estupor como ya no estaba y sólo podía haberse tratado de Tomasín que, de una u otra forma, había visto realizado su deseo.

Si alguna vez ve a un nazarenito solitario por el entorno del convento de Santa Isabel, portando una vara pequeña, puede que esté ante el espectro de Tomasín que vuelve a salir con su hermandad en la madrugá sevillana.