LOS MISTERIOS DE MIGUEL DE MAÑARA

Por: Jose Manuel García Bautista

Ha pasado a la Historia como uno de los hombres más justos que dio la ciudad de Sevilla, pero no siempre fue así… Su nombre: Miguel de Mañana.

Miguel Mañara nació el 3 de marzo de 1627 en Sevilla, hijo de Tomás Mañara Leca y Colona y Jerónima Anfriano Vicentelo, oriundos de Italia, de Córcega que vivían en la ciudad hispalense en la casa palacio de la calle Levíes, en pleno Barrio de Santa Cruz donde nació el propio Miguel de Mañara.

El joven Miguel creció en el seno de una familia muy religiosa relacionada directamente a la orden de Calatrava. A la edad de 13 años heredó el “imperio” económico de su padre y con sólo 21 años se enlazó en matrimonio por poderes con Doña Jerónima María Antonia Carrillo de Mendoza y Castrillo.

Pero Miguel de Mañara destacó, antes de ser una persona piadosa, por ser un libertino que buscaba los placeres de la carne, el sexo, el buen vino y las fiestas nocturnas (y diurna) en Sevilla no siendo un modelo de conducta en la sociedad de la época, un pendenciero.

Pero Miguel de Mañara tuvo una serie de experiencias que lo marcarían, se dice -cuenta la leyenda- que vivió tres apariciones fantasmales de forma directa, la primera de ella fue en el transcurso de una de sus noches de desenfreno cuando vio pasar ante sí a una mujer de extraordinaria belleza, sin pensarlo la siguió hasta la Catedral; logró alcanzarla en un apartado lugar y al desnudarla contempló con pavor se trataba de un esqueleto… Esta experiencia le habría dado un vuelco a su vida y conducido por el camino de la reflexión.

La segunda experiencia que se le atribuye a Miguel de Mañara está relacionada con la anterior, contempló ante sí a una joven en un balcón, de inusual belleza, y con fines lascivos la engatusó para entrar en su alcoba. La joven le lanzó una escala desde el balcón encontrando, al subir, a la doncella en el suelo, su cuerpo era un esqueleto rodeado por cuatro cirios mortuorios.

La última versión, o leyenda, nos dice que tras una noche intensa de sexo y borracheras caminaba Miguel de Mañara por una oscura calle sevillana, frente a él vio pasar un cortejo fúnebre preguntando a uno de los sepultureros por la identidad del finado, aquel al que preguntó, con voz espectral, le respondió que era Don Miguel de Mañara, creyendo que era broma miró al cadáver contemplando su propio cuerpo en el ataúd.

Todo ello le hizo cambiar, la vida que llevaba, desordenada y abocada a una muerte temprana debía cambiar y cambió entregándose por completo a Dios y a los más humildes, siendo el alma del Hospital de la Caridad y de la asistencia a aquellos que padecían enfermedades y hambre sin tener nada. Salía cada mañana a recoger a los mendigos, a los hambrientos, a los enfermos, los cargaba a hombros, les lavaba personalmente manos y pies y los alimentaba. Era un hombre justo, un hombre nuevo, era Miguel de Mañara.