LA PESTE… LA MALDICIÓN DE SEVILLA

Por: Jose Manuel García Bautista

Uno de los mayores azotes que sufrió Andalucía a nivel de epidemias fue, sin dudas, la de la peste en 1649 en la ciudad de Sevilla; el puerto, el origen de la riqueza que entraba en la ciudad también se convirtió en, casi, su sentencia de muerte.

Sevilla tenía en la época unos 130.000 habitantes de los que murieron 60.000, víctimas que eran llevadas extramuros de la ciudad para ser quemadas entre el miedo, la inquietud y la desesperación de sus habitantes que sabían que la muerte rondaba a la vieja Híspalis.

No fue el siglo XVII fácil para muchas localidades de España que vieron como la misma plaga les afectaba, antes que la ciudad de Sevilla fue Valencia en junio de 1647, de allí, de su puerto y por los enlaces entre ciudades, pasó a Murcia, Aragón y Andalucía. Así a través de los puertos, vía África y América, llegaban barcos con ratas que portaban la pulga transmisora de la peste, a todo ello se unía el tremendo impacto que tuvo en la población la mala cosecha debido a las intensas lluvias de aquel año que provocó una carestía de alimentos, carestía que derivó en una subida de los mismos y en la hambruna de sus habitantes al no tener dinero con el que comprar estos bienes tan necesarios. Lo uno llevó a lo otro: ratas, mala alimentación… La Peste llegó a Sevilla. Tras las inundaciones en la ciudad muchas fueron las personas que comenzaron a caer con náuseas, vahídos y lucir las famosas “bubas” de la peste.

Ortiz de Zúñiga, histórico cronista de Sevilla, dio cuenta de todo ello en sus escritos, de aquella terrible epidemia que asoló a Sevilla, “Memorias de Sevilla” de Morales Padrón es un buen ejemplo de cómo se vivió aquella terrible plaga y la impotencia antes las muertes masivas a diario.

Además la mala salubridad de la época hacía que los cuerpos de hacinaran en las calles originando la propagación de la enfermedad, sobre todo en los barrios más necesitados y pobres de Sevilla que acudían a hospitales como el de La Sangre o Las Cinco LLagas (es el mismo edificio) para pedir cama o atención sanitaria en una ciudad desbordada por la muerte.
Se prohibió el robo de la ropa de los difuntos (entre otras medidas), y se procedía a su quema, ya que las pulgas se quedaban en la ropa, en el tejido, y cuando alguien empleaba la misma era picado por la pulga y transmitida la enfermedad por lo que comenzaba el ciclo nuevamente.

La ciudad dispuso quemaderos y carneros en El Baratillo (zona del Arenal), San Jacinto, Macarena, Puerta Osario o el Prado de San Sebastián ante la masiva mortandad de la epidemia. Las cifras se estimaron en 60.000 víctimas pero podrían alcanzar las 175.000 contando otras poblaciones y visitantes de la ciudad.

Ante la magnitud de la catástrofe se decretó desde Madrid la prohibición de la entrada en la capital de personas que llegaran desde la ciudad hispalense. El 20 de julio se cerró el hospital de Triana, murieron más de 12.000 personas pues lo hicieron con los enfermos dentro… No había salvación para ellos. La cota máxima se obtiene en la octava del Corpus con más de 4.000 defunciones.

La peste se llevó a muchos sevillanos y personajes ilustres, uno de ellos el insigne escultor Juan Martínez Montañés el 18 de junio de 1649. Comenzó a remitir en el mes de julio pero Sevilla quedó reducida a casi una ciudad fantasma.