HISTORIA DE LA FERIA DE SEVILLA

Por: Jose Manuel García Bautista

En una ciudad tan dual como lo es Sevilla, en la que conviven la Sevilla más tradicionalista con la Triana más revolucionaría, el cainismo del que nos habló Machado en sus obras o la rivalidad Betis – Sevilla a la que muchos llaman eterna, no podía faltar una tercera ciudad paralela, una ciudad efímera para la que muchos se preparan durante todo un año y cuyo corto reinado en la Sevilla eterna se extiende sólo durante una semana… Es la ciudad cuyas luces deslumbran al visitante, la ciudad donde el gentío se convierte en familiaridad y como familiares se tratan a los desconocidos, es la ciudad donde el forastero se siente como en casa y donde destaca algo por encima de todo: la alegría.

El espíritu del sevillano es hospitalario y alegre, sencillo, al que le gusta compartir y hacer amigos.Ese espíritu dobla su sentido cuando allá por el mes de Abril crece, cerca del barrio de Los Remedios, una ciudad paralela capaz de contener a un millón de almas y que atiende al nombre de “Feria de Abril”.

HISTORIAS DE LA FERIA

Los orígenes de este festejo sevillano lo encontramos en un lejano y caluroso día 25 de Agosto de 1846. En torno a Sevilla habían crecido pequeños núcleos poblacionales que disponían de ferias de ganado las cuales eran visitados por agricultores de la ciudad donde compraban las reses necesarias para su labor en el campo, a fin de evitar este “peregrinar” del sevillano a las cercanías de la capital surge la idea de crear en la ciudad su propia feria ganadera y así los regidores Narciso Bonaplata, originario de tierras catalanas, y José María Ibarra, primer conde Ibarra, deciden elevar su propuesta al Cabildo Municipal. La propuesta y el documento fue apoyado por el alcalde de Sevilla que era el marqués de Montelirio. El documento pedía que se autorizara una feria anual durante los día 19, 20 y 21 de Abril. Aquella propuesta fue enviada a Madrid donde el diputado Fermín de la Puente y Apechea intermedió ante la reina Isabel II para que aprobara la misma y pese a la oposición de localidades cercanas, que ya disponían de ferias de gran raigambre popular, como Mairena del Alcor o Carmona, o personajes ilustres como el diputado Iribarren, la reina accedió a aquella petición en Marzo de 1847.

Hablamos de la primera ubicación de la feria, en su emplazamiento del Prado de San Sebastián, unos parajes abandonados, a los que nadie quería acercarse ya que en él se decía que lo “habitaba la muerte” quizás por ser este un lugar donde en otros tiempos se encontraban el cementerio del Prado de San Sebastián y el cementerio de los Pobres, en él se contaban historias de apariciones y aparecidos, además de ese evocador y lúgubre recuerdo del lugar había una nueva objeción.

El lugar, como se ha comentado en esta guía, era el habitual quemadero en la ciudad de la Santa Inquisición para todo aquel que era condenado a la hoguera por herejía o cualquier otro “pecado” contra la fe. Un lugar ciertamente que ponía los pelos de punta a todo aquel que lo visitaba.

Pese a todo ello la feria fue un éxito y pronto los ganaderos instalaron toldos para protegerse del sol, unos toldos de lona que serían los precursores de las “casetas” del “Real de la Feria” como hoy lo conocemos.

Aquel colorido y algarabía hizo que muchos nobles visitaran el lugar en sus carrozas y coches de caballo, era la atracción de la ciudad y pronto aquel germen sembrado para el crecimiento de la ciudad se iba a convertir en un brote de amistad, encuentro y disfrute. En la primera cita que aquella feria de recogieron 400.000 duros, que era una importante cantidad para una feria inaugural.

Aquella ciudad emergente no dejaba de crecer y de compartir espacio con el ganado, por ello en 1950 se separa el folklore del mercantilismo ganadero dando paso pues a una feria de ocio, de diversión y de recuerdos.

Mal recuerdo también el que nos trae a la memoria un 21 de Abril de 1964 cuando un pavoroso incendio prende sesenta y cuatro “casetas” del Real de la Feria, aquella tarde inexplicablemente el número de visitantes bajó y sólo hubo que lamentar un muerto y media docena de heridos pero para muchos, ese rincón privado, ese segundo hogar en la ciudad efímera de Sevilla, había quedado reducido a cenizas. La solidaridad sevillana hizo que compartieran espacio y amistad en otras “caseta” pero pudo haber resultado una feria mortalmente catastrófica.