Los colegios son lugares que también tienen su parte de misterio y su parte de terror, sobre todo por las muchas historias que circulan de sesiones de ouija realizadas por estudiantes y que habrían tenido un mal desenlace dejando una huella indeleble en el tiempo.

Experiencias paranormales en el viejo colegio San Juan de Ribera de San Pablo

Puede que todo sea parte de la leyenda urbana de muchos centros educativos o de las historias se narraban en los mimos pero, en otras ocasiones, esa misma historia pertenecía a la realidad.

Tuve la oportunidad de vivir mi propia experiencia paranormal, junto a todo un colegio, en mis tiempos de estudiante de la EGB en el C.P. San Juan de Ribera de Sevilla (hoy I.B. Joaquín Turina), en el Polígono de San Pablo. Fueron jornadas muy intensas en las que se comenzaron a vivir hechos que llamaron la curiosidad de cientos de vecinos de la zona, del Barrio «E».

Los hechos comenzaron a producirse cuando las luces del colegio de «niños» -por aquellos tiempos había dos colegios separados, el de «Niños» y el de «Niñas», uno al lado del otro-, se encendían por la noche, determinadas aulas.

En principio se pensaba que eran propios por el trabajo de las limpiadoras. El problema es que las luces se quedaban encendidas todas las noches y las personas que realizaban su labor en el interior aseguraban que las habían apagado.

Sea como fuere era algo que se repetía noche tras noche, desde el arranque de las últimas «claras» del día. Fue cuando algunos vecinos de los bloques cercanos decían que en una de las aulas se podía ver a un hombre que entraba y que se sentaba en el asiento del profesor, en la mesa de cara a los alumnos, un profesor a deshoras ante una clase vacía.

Cuando menos resultaba extraño y eso comenzó a hacer que esos testimonios comenzaran a ser conocidos por otros puntos del barrio y entre el alumnado.

Recuerdo que la primera vez que escuché hablar de fantasmas fue por un compañero que lo preguntó abiertamente al profesor. Era el año 1979 y todo se veía de diferente forma.

El profesor, «Don José«, se limitó a decir aquello de «no echéis cuenta a esas cosas que son mentira», supongo que para tratar de calmar los ánimos entre aquellos nerviosos alumnos que se preguntaban si la «clase del profesor fantasma» sería la suya.

Los días pasaban y lo fenómenos extraños hacían que se acumularan allí más y más personas a diario, tanto que en los muros exteriores se contaban los curiosos por centenares en lo que era ya un peligro pues podía hacer que se venciera la valla.

Todo el mundo quería ir a ver lo que estaba sucediendo, ser testigos de los fenómenos paranormales, poder contemplar los fantasmas con sus propios ojos sin más. Los hechos comenzaron a ser conocidos en toda la ciudad y se hablaba, incluso, que el propio doctor Fernando Jiménez del Oso vendría a Sevilla a investigar, aunque aquello fue sólo un rumor.

Los rumores seguían disparándose y se alimentaba la descripción del fantasma diciendo que «era un profesor que había fallecido y que se aparecía allí junto a un alumno, también fallecido y un pequeño pájaro».

Había mucho miedo pero también mucha curiosidad, tanto que una tarde, mientras cientos de personas iban en dirección al colegio, apareció la Policía Nacional y la Policía Militar, entraron en el colegio, apagaron las luces y sólo se veían las luces de las linternas mientras que se mandaba desalojar la valla.

Aquello no era ninguna leyenda urbana, aquello lo pude vivir en primera persona independientemente de la naturaleza a la que se debieran aquellas apariciones.