CUERPOS INCORRUPTOS EN SEVILLA (3): DOÑA MARÍA CORONEL

Por: Jose Manuel García Bautista

Pocos en Sevilla no han escuchado hablar de la momia de Doña María Coronel y su trágica historia. Un personaje real de Sevilla cuya vida parece más sacada de la ficción que de la realidad.

Vivía en la esquina de la calle Arrayán con la calle Feria y pertenecía a una influyente familia sevillana. Aún quedan parte de sus restos en el actual Palacio de los Marqueses de la Algaba bajo la administración pública.

Su nombre completo era Doña María Coronel Fernández y pronto contrajo matrimonio con un caballero que estaba emparentado con la casa real de Aragón, don Juan de la Cerda. Con el levantamiento de los Trastamara contra el rey Pedro I, éste se unió a la causa rebelde aportando dinero, soldados y todo cuanto hizo falta. Su tragedia, la de Juan de la Cerda, es que cayó prisionero en la contienda y el rey mandó decapitarlo.

El tiempo pasó y Doña María Coronel vivía tratando de administrar los bienes que no habían sido confiscados por el rey; y Pedro I tuvo conocimiento de la joven y bella viuda del caballero de la Cerda; quedó prendado de ella, enamorado y fuertemente atraído, así que comenzó, a acosarla, a perseguirla… Pero Doña María Coronel lo rechazaba sistemáticamente y huía de él.

Huyó a casa de sus padres en la calle Arrayán pero el rey se enteró dónde estaba y decidió asaltar la casa y secuestrarla. Doña María sintió el alboroto y huyó por la puerta que daba a la iglesia de Omnium Sanctorum y de allí a la calle Feria, rodeo la Laguna –que es la zona de la Alameda– y fue al convento de Santa Clara a pedir refugio.

Las monjas la escondieron en una zanja en el jardín que cubrieron con hierbas y tierra sobre unas tablas. A la mañana siguiente llegó el rey, cuentan las crónicas que las monjitas narraron cómo sobre la tierra que colocaron sobre aquellas tablas que cubría la zanja crecía la hierba y las flores, un milagro. El rey no pudo descubrirla, pero sospechaba que allí se escondía y no tardó en regresar y cogerla desprevenida comenzando a perseguirla por todo el convento. Quería llevársela al Alcázar a la fuerza…

Doña María, al pasar por la cocina, observó una sartén que tenía aceite hirviendo y optó por echárselo en la cara y que la desfigurara horriblemente… El rey, al entrar en la cocina, contempló la dantesca imagen que él había provocado y quedó perplejo y con un gran sentimiento de culpa.

Pedro I mandó llamar a la abadesa del convento y ordenó que la cuidara así como le pidió que fuera atendida que él concedería a Doña María todo lo que desease.

Se recuperó, no así sus marcas por quemadura, y pidió al rey el solar de su casa en las cercanías de la iglesia de San Pedro y allí fundó un convento, el convento de Santa Inés, del que fue priora. Al morir fue enterrada en el coro y en el siglo XVI se encontró su ataúd contemplando con asombro como sus restos estaban incorruptos, así que fue colocado en una urna de cristal.

Los días 2 de diciembre de todos los años se puede contemplar su cuerpo en la iglesia de Santa Inés.