Por: Jose Manuel García Bautista

Fue una tarde de agosto de 2015 cuando nuestro protagonista, Miguel Ángel Paredes, se encontraba trabajando y ante él, de buenas a primeras, iba a suceder algo que jamás podría olvidar.

Impresionado aún decía: “se me presentó una señora que era del servicio de limpieza de una empresa de autocares. La verdad que me dio un verdadero susto porque me encontraba dentro de un cuartito realizando unas tareas con el ordenador central de las máquinas de lavado cuando, de repente, me giré y me la encontré allí”, en lo inusual de la forma recordaba que “parecía que alguien la hubiera colocado allí directamente”.

Una vez que pasó el sobresalto inicial entabló conversación con aquella señora: “después de pedirme perdón por el susto yo le dije que no pasaba nada, que mayores sustos me había llevado en mi vida. Fue entonces cuando ella me preguntó la razón y yo le dije que tenía una afición que la dejó con la boca abierta y, en ese momento, se explayó conmigo contándome una caso estremecedor…”

Esperanza, la limpiadora, comenzó a narrar a Miguel Ángel su vivencia especial con su padre: “ella era la más pequeña de cuatro hermanos, el padre siempre decía que era la niña de sus ojos ya que era su única hembra; además siempre estaba con ella y cuando ella se casó, lógicamente, se fue a vivir con su esposo pero todos los días iba a visitarlo”.

El tiempo pasaba y al cabo de los seis años de casada el padre falleció de una enfermedad, fue todo muy repentino “ella tenía una pena enorme porque se le había ido una de las personas más importantes de su vida y seguía yendo a su casa como si él siguiera viviendo”.

Pero en una de aquellas visitas algo iba a ocurrir… “Una de las veces que fue a visitar la casa, estando allí, se comenzaron a encender las luces, se encendían y apagaban… Ella pensó que era un mal contacto de los interruptores y se marchó no concediéndole mayor importancia. Pero eso mismo le pasó durante unos meses: cada vez que iba a casa de sus padres a dar una vuelta las luces tenían un extraño comportamiento”. Esperanza sentía que su padre había muerto y que había muchas cosas que no le había podido decir.

En la cena de Navidad, tan próximas en este momento, fechas de reuniones familiares, uno de los hermanos dijo: “ojalá estuviera aquí papá” pues lo echaban de menos y “ojalá pudiera darle una señal para saber que estaba bien”. En ese momento se apagaron las luces y encendieron de nuevo y fue cuando a Esperanza le vino a la memoria lo que había vivido meses atrás. Entre lágrimas se lo contó a sus hermanos, fue al cuarto de baño, a secarse las lágrimas y maquillarse siendo entonces “al levantar la cabeza cuando vi la silueta de mi padre” y entonces le dijo: “no estés triste, estaba bien y no me podía ir tranquilo sabiendo que estabas triste. Siempre voy a estar a tu lado protegiéndote”.

Esperanza volvió a la mesa impresionada pero con otra actitud, los fenómenos no volvieron a repetirse, quizás por ese último mensaje más allá de la muerte.

Fuente: CÁDIZDIRECTO