LA SEVILLA DE LA INQUISICIÓN

Por: Jose Manuel García Bautista

Sevilla, cuna de la Inquisición y de sus terrores. Lejos de lo que pudiera parecer, también en Sevilla se dieron casos de brujería y hechicería. Lo prohibido, lo desconocido, lo oculto, atrae al ser humano desde el inicio de los tiempos y para aquellos que practicaban la brujería, en tan peligrosos tiempos, era difícil discernir aquello que pertenecía a los reinos del demonio, de aquello que tan sólo lo recreaba su propia fantasía, tras ingerir mil ungüentos y alucinógenos. Recorramos el aspecto más misterioso y legendario de la Inquisición en Sevilla.

El temor a la brujería, brujos y brujas se malentendió en la Edad Media. En dichos tiempos de oscurantismo, la bruja tornó su rol social, en otros tiempos benévolo y adivinatorio consultado por reyes y emperadores, a un origen demoníaco. Se asociaba la brujería, con ritos, en los que se rendía culto al diablo y se adoraba su figura, entrando en la perseguida herejía. A las brujas, principalmente, se les atribuía fines malignos en sus prácticas, mantener sexo con demonios, realizar pactos con el diablo, realizar ritos de magia negra, volar sobre animales, objetos o demonios y realizar encuentros sacrílegos con el diablo, en los denominados aquelarres.

La aparición de la inquisición, su radicalismo y subjetividad hicieron que cualquier sospecha de brujería recaída en cualquiera persona, fuera severamente reprimida, incluso con la muerte y hablamos sólo de sospechas. Extender la idea de maldad, en todo lo concerniente al concepto de brujería, le tocó al denominado ‘Martillo de las Brujas’ o ‘Malleus Malificarum’, un texto publicado en 1486 por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, a la sazón dos inquisidores dominicos, en el que se afirmaba: “Hairesis maxima est opera maleficarum non credere”, que traducido al castellano sería: “La mayor herejía es no creer en la obra de las brujas”. En dicha obra, se magnificaba el papel negativo, que en esta época de la historia, se les atribuyó a las brujas. La Inquisición encontraría así un terreno abonado para expandir su terror y comenzar una caza de brujas, que se cobró más de 60.000 almas en toda Europa.

Sevilla no se libró de aquella oleada de purificación y caza. Esta ciudad había visto nacer la Inquisición española y había comprobado como su crecimiento y expansión parecía no tener freno. Desde su sede, en el Castillo de San Jorge –que no fue la única-, los inquisidores atendían a todos aquellos que denunciaban a sus convecinos por realizar presuntas prácticas demoníacas, muchas veces, tan sólo debidas a disputas vecinales, que acababan de trágica forma cuando se implicaba a los ‘Justicieros de la Fe’. Curiosamente, esta ciudad tenía ubicaciones implicadas en ritos y rituales satánicos con brujas y brujos, con danzas e invocaciones al macho cabrío y supuestos pactos con el diablo.

Hoy día, si paseamos por Triana, aún podremos ver los vestigios de aquel Castillo de San Jorge y sus ruinas bajo el mercado de Triana, junto al mítico Callejón de la Inquisición. Pero ¿dónde estaban esos centros de herejía en nuestra ciudad?

Si caminamos cercanos a la Catedral, en la plaza de la Virgen de los Reyes se abre una calle llamada de Mateos Gago, desde ella podremos contemplar cómo se alza majestuosa, nuestra vieja torre cristianizada, la Giralda. Si continuamos andando por esta calle, aparte de admirar viejos edificios restaurados, llegaremos a una ubicación que nos es familiar, a la calle Federico Rubio, donde se encuentra el Instituto Británico, y también la sede del Consulado australiano en la ciudad. En este edificio, vetusto, antiguo, cargado de historias reales (¿reales?) de fantasmas y tradición histórica, hallaríamos, hace ya más de tres siglos (por los años 1515 al 1634) el llamado ‘Horno de las Brujas’, en cuyo subsuelo también encontraríamos galerías y pasadizos secretos que nos conducirían, cual escape de los inquisidores o rutas hacía el demonio, a puntos tan dispares como las inmediaciones de los callejones en torno a la Catedral, o a la misma calle Abades. En épocas recientes se ha especulado que este ‘Horno de las Brujas’ realmente fueran los restos reutilizados de los vestigios de unas antiguas termas romanas, a las que se podía acceder por los recovecos de un inmueble de la calle Cardenal Sáenz y Flores.

También son numerosas las historias que circularon por la ciudad de escapatorias al Guadalquivir, con salida en una zona cercana a la Torre del Oro y que, tras estudios realizados, podría tratarse del desagüe del arroyo Tagarete, entubado desde la calle San Fernando. Lo cierto es que aquel centro de reunión, en la calle Federico Rubio, congregaba secretamente a aquellos adoradores del demonio que habían perdido el miedo, pero no el recelo, a la justicia inquisidora y habían decidido rendir pleitesía a un nuevo dios llamado diablo. A la cercana iglesia de San Nicolás de Bari, también se la señala como antiguo lugar de herejes, motivado tal vez, por qué se edificó sobre un viejo edificio dedicado a cultos sacrílegos, posiblemente, tan sólo de otras sociedades y otras religiones, que llenaron de cultura a la capital hispalense. Lejos de demonios y herejías, es más que seguro, que se tratara de un antiguo templo visigodo y posteriormente musulmán, que fuera cristianizado allá por tiempos de Fernando III y su reconquista, hacia el 1267, en la zona de la denominada ‘Cabeza de Malos’.