EXPERIENCIA EN EL HOTEL ENCANTADO

Por: Jose Manuel García Bautista

Hoy les voy a contar una experiencia que me ocurrió en primera persona, para mi asombro y sorpresa. Todo se iba a desarrollar en un hotel, un hotel sin nada anormal, a priori, pero que iba a darnos más de un susto.

Me habían invitado a dar una conferencia mi buen amigo Luis Mariano Fernández, periodista e investigador. Allí coincidimos otros amigos de estas lides teniendo como “excusa” este acto para reencontrarnos.
Al llegar me indicaron el hotel donde tenía alojamiento, buenas vistas y todo confort. La habitación era la 211 y tranquilamente deshicimos el poco equipaje con el tiempo casi contado para vestirnos para la ocasión y acudir al auditorio.

Hablé de casas encantadas, un análisis y recorrido histórico por este curioso fenómeno sin reloj, su manifestación puede afectar a todos por igual y no hay una prescripción para poder evitar la “maldición” de una casa encantada. Aunque tras ello se enlazó con el fenómeno de los poltergeist y el de las apariciones espectrales.

La noche transcurría entre el misterio, las leyendas, la historia ignorada y los secretos. Caras de asombro y un ambiente propicio para, como si de un fuego de campamento se tratara, hablar de estos temas que nos apasionan.

Tras concluir el acto cenamos algo rápido y regresamos al hotel. Eran casi las dos de la madrugada, la noche y el cansancio hacían su efecto y era la hora de caer en los brazos de Morfeo. Y comienza el “espectáculo” en aquella habitación.

Nada más entrar en la cama notamos como la luz se encendía sola en el cuarto de baño, mi mujer me dice: “se ha encendido la luz del cuarto de baño, que raro ¿no?”; yo -cansado- le contesté: “seguramente te la dejaste encendida, espera que la apago”. Con desgana me levanté y apagué aquella luz, apenas había llegado a la cama cuando la luz se vuelve a encender sola. Torcí el gesto y regresé al cuarto de baño para volver a apagar aquella luz.

Parecía que todo estaba solucionado en el cuarto de baño, pero apenas diez minutos después la luz se vuelve a encender sola y mi mujer, con cierto tono de preocupación me dice: “Jose, se ha vuelto a encender la luz”. Cansado por el juego de la luz, que yo atribuía a un defecto eléctrico, decidí cortar por lo sano: apagué la luz y una vez enfriada la bombilla las desenrosqué -de su aplique en el espejo- y dejé sobre una toalla. Ya no se encenderían más.

Solucionado definitivamente comenzaba la segunda parte. El ventanal que daba a la terraza estaba cerrado, corría cierta brisa y no era agradable por lo que cerramos la misma y quedó todo en media penumbra. Pero de repente, pese a estar cerrada, la cortina comienza a moverse, y no poco precisamente sino mucho, como si algo la empujara… ¿Qué estaba pasando? Me volví a levantar a ver que sucedía y certifiqué que la ventana estaba cerrada y no corría corriente. Mi mujer, a esa altura de la noche ya estaba un tanto asustada.

-¿Qué pasa?, preguntó ella.
-Pues no lo sé pero la noche está “metida en agua”. Ahora la cortina. Respondí yo.
Abrí y cerré aquella ventana, regresé a la cama pero la cortina volvió a moverse a los pocos minutos. Ante ello volví a levantarme y amarré la misma a su enclave original pillando la más al extremo con un sillón de “orejeras”.
-Esperemos que podamos ya dormir tranquilos, dije.
Muy lejos de la realidad. Al poco tiempo comenzamos a sentir pisadas dentro del cuarto, no arriba ni en las habitaciones colindantes sino dentro de la nuestra. Me incorporé ya con enfado y volví a ver qué pasaba, incluso me asomé al desierto pasillo a casi las cuatro de la madrugada.
-¿Es aquí?, decía mi mujer.
-Parecía aquí pero habría sido un error, no sé.
Y cuando parecía que todo estaba más tranquilo, desde el sillón sentimos un respirar profundo, costoso, ahogado.
-Jose, en el sillón hay alguien…, dijo mi mujer con temor.
Encendí la luz y no había nadie; sin embargo pudimos sentir claramente a los pocos minutos un lamento, un “ay” que nos estremeció.
-Habrá sido en la habitación de al lado, o la sugestión, yo que sé; le dije contrariado.

Dormir con un ojo abierto no es sencillo, aquella presencia iba a dar un último acto apoyándose en la cama y sintiendo claramente como alguien se sentaba allí, claramente. Al encender la luz de nuevo la soledad de la habitación.

A las 7:30 h. teníamos la maleta preparada, aunque íbamos ligeros de equipaje, y en el salón desayunando junto a los otros inquilinos -ya mayores- de nacionalidad alemana y holandesa.

Al abandonar la habitación un dato más: las bombillas estaban enroscadas en su sitio.

Al entregar la llave me dijo la chica de recepción: “¿Han dormido bien la gente del misterio?” y no pude esbozar poco menos que una sonrisa irónica y responder: “a pierna suelta los tres…”.