EPIDEMIAS MORTALES EN SEVILLA

Por: Jose Manuel García Bautista

La Historia nos conduce a tiempos siempre pasados, hechos cierto, hechos reales, la grandeza de otros tiempos, el ingenio de otra época.

Reconozco que la Historia es una de mis pasiones, recorrer los acontecimientos históricos de nuestra Humanidad y saber su importancia y peso en el devenir del futuro es una tarea interesante, más aún si entramos a “bucear” en los entresijos de la misma o desvelando legajos del pasado en un biblioteca que no han visto la luz desde hace siglos… Una crónica histórica, un relato indescifrable, un poema de Bécquer, un verso de Antonio Machado, una sombría pintura tras la que se esconden una luminosa Virgen de Murillo, una vieja carta de navegación con una extraña y críptica firma -¿tal vez colombina?- Un viejo sello romano, una extraña figurilla fenicia -¿o tal vez tartésica?-, una vieja historia de duendes en Triana tras la que se escondía un amor de la soldadesca napoleónica, los viejos motes de los viejos reyes… con toda la picaresca, guasa y gracejo de la tierra…

La Historia nos conduce a tiempos siempre pasados, hechos cierto, hechos reales, la grandeza de otros tiempos, el ingenio de otra época. Es el sabor de la Historia a través de pequeños detalles y que, quizás, es momento que muchos de ellos salgan a la luz porque es parte activa de nuestro pasado.

Uno de esos hechos que me atrae con particular atención es la tremenda epidemia de peste que asoló a la ciudad de Sevilla en el año 1649 y que redujo drásticamente su población.

Mientras paseábamos por el “Muelle de las Delicias” y Marques de Contadero a los pies de la hermosa Torre del Oro, la guardiana del Guadalquivir, mi padre me dijo:

-Aquí comenzó uno de los episodios más negros de la Historia de Sevilla y de España… La temible “Muerte Negra”.

Aquel nombre “Muerte Negra” me hacía pensar en piratas, en aventuras, pero tras su “seductor” nombre se escondía una cruel realidad.

-¿Qué era la “Muerte Negra”?, repuse.

Y mi padre cargado de paciencia comenzó a narrarme aquel pasado fatídico de nuestra Historia:

-Todo comienza cuando a través de los puertos entraría un enemigo casi invisible más peligroso que la mayor potencia enemiga de España en la época. Y entró a través de los puertos, puertos de Andalucía, de Valencia o Barcelona… Y de ahí al resto del país.

Era un enemigo silencioso, diminuto, que portaba la más virulenta de las epidemias que se apoderó, en distintas fases de la vieja Europa.

Además se unió a esta fatalidad que aquella estación, Primavera, había llovido mucho y había zonas de Sevilla, barrios, que estaban inundados o con mucha humedad. Normalmente la Alameda de Hércules, tan próxima siempre al Guadalquivir, era el primer lugar en convertirse en una laguna, también las zonas más amplias de Sevilla que estaba bajo el nivel del río… Pues todo eso hizo que costara más trabajo llevar la mercancías a los sitios, el abastecimiento normal, y ello provocó que los tenderos subieran los precios y claro… Los sevillanos comenzaron a tener que pagar precios prohibitivos o, en muchos casos, pasar hambre. Era terreno abonado para las enfermedades por la insalubridad que había…

-¿Y qué provocaba la enfermedad?

-Pues la picadura de las pulgas que iban en la piel de las ratas de los barcos, las pulgas ya estaban contagiadas por la “Yersinia Pestis” que era infecto-contagiosa. Cuando la pulga te picaba, a los días de haber incubado la enfermedad, te provocaba fiebre, dolor de cabeza, hinchazón, escalofríos y la aparición de manchas en la piel, y principalmente afectaba al sistema respiratorio y al nervioso llegando a provocar la muerte…

Como eran épocas de mucho tráfico comercial pues los barcos hacían escalas en diferentes puerto de Europa o del mundo, porque también hubo una grave epidemia de peste en Cuba en el mismo año, sin duda por el tráfico comercial. Pues bien, los barcos eran los transmisores de aquella “muerte negra”. Fíjate que hubo hasta barcos fantasmas en las costas, es decir: barcos que llegaban a puerto o sin ningún tripulante vivo o que eran encontrados a la deriva con la tripulación fallecida como consecuencia de la enfermedad. Aquello afecto a todos los países con relaciones comerciales, desde Asia hasta América.

Luego había daños “colaterales”, que hoy está tan de moda decir, y es que la baja productividad de los campos, la malnutrición, el hambre, la falta de higiene y la debilidad del sistema inmunitario de las personas hicieron que la epidemia se convirtiera en mortal para la población pereciendo miles de personas…

En la ciudad causó estragos, murieron más de sesenta mil personas, que era casi la mitad de la población. Sevilla estaba casi desierta. Hubo casas que no fueron habitadas durante años y el fuego era habitual en las calles quemando casas o enseres para purificar de todo rastro de enfermedad… Pero los brotes se contaban por miles.

Se cebó con los barrios más pobres de la época, como Triana, cuando se abría la Puerta de la Macarena y aparecía el carro cargados de cadáveres la gente huía, se escondía, y el carro se dirigía este lugar donde estamos ahora… Mientras paseábamos aquí hemos llegado: el Hospital de las Cinco Llagas, de la Sangre que también lo llaman, y que hoy es el Parlamente de Andalucía.

Aquí traían los cuerpos de las víctimas, y cuando el fuego no los devoraba lo hacía la fosa común que había bajo lo que hoy son los jardines, además estaban aquellos que esperaban una cama en el recinto sanitario con lo que la imagen era aterradora… Por un lado los muertos en la epidemia y por el otro aquello que se sabían contagiado y que miraban con resignación a los fallecidos y su cruel destino, en muchos casos un destino que compartirían aquel mismo año de 1649.

Aquellas fosas eran comunes, y usuales, estaban por todos lados, eran llamadas como “carneros” y estaban en la Puerta Real, en las proximidades del Baratillo, en el convento de San Jacinto, en la Puerta Osario y en el Prado de San Sebastián, amén del Hospital de las Cinco Llagas que era uno de los mayores del mundo.

-¿Y cuantas personas perdieron la vida?

-Las cifras nunca se sabrán porque a nivel de censo no se funcionaba igual que hoy día, pero atendiendo a las crónicas de Ortiz de Zúñiga o Caldera Heredia, historiadores de Sevilla, pues desde esas sesenta mil hasta las más extremas que la ubican en doscientas mil personas. No obstante se cree que la ciudad tenía ciento veinte mil habitantes y que murió la mitad de su población con lo cual la primera de las cifras es la que se admite.

Ortiz de Zúñiga escribía sobre ello: “más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida”, ya que, “quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes;… todas las contribuciones públicas en gran baja;… los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores… y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad”. Y sigue: “Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, de los murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a cuatro mil. De los Ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedo uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos”.

De aquel palo le costó recobrarse a la ciudad, que creo que tardaría casi dos siglos en reverdecer su esplendor.

Murieron ilustres de Sevilla como Juan Martínez Montañés el 18 de Junio de 1649 y que vieron en un carro junto a otros cadáveres…

Aquel brote maldito comenzó un 4 de Abril de 1649, con los primeros casos, personas que se quejaban de náuseas, mareos y dolor de estómago…

El 21 de Mayo se prohíbe entrar en Madrid a las gentes que llegaran a las capitales procedentes de Sevilla alertadas del brote mortal…

Cuando se celebra el Corpus, fue de los días más trágicos con casi cuatro mil víctimas… Muchos acuñaron la frase: “Caen como chinches”, porque en medio de la calle expiraban su último aliento muchos sevillanos.

El 20 de Julio de 1649 se cerró el Hospital de Triana, en su interior fallecieron más de doce mil personas…

Y ya en Agosto que parece que fue remitiendo…

Y soy de los que piensan que el azar muchas veces juega con nosotros, y mientras estábamos en la Biblioteca del Parlamento mi padre me acercó un libro, un libro en el que había un texto del procurador del convento de San Antonio de Padua en la calle San Vicente, en ese texto –casi inédito- en el que pude leer:

“Con el calor de julio el olor en la calle era insoportable. El olor a muerte lo impregnaba todo. Había muertos por la calle que nadie recogía. Había enfermos que nadie atendía. Había vivos que parecían muertos…

Aquel día de julio de 1649 Sevilla era una ciudad fantasma. Media ciudad se ocupaba de enterrar a la otra mitad. La mayor epidemia de peste jamás conocida asolaba a todos y cada uno de sus barrios. Los muertos se amontonaban por la calles sin encontrar quien los enterrara y las fosas comunes se llenaban de cadáveres sin nombre que nadie reclamaba. La gran urbe del Sur de Europa empezaba a escribir su punto y final Desaparecían los sevillanos pero sobre todo desaparecían sus esperanzas… Hasta aquel día de Julio…

El día anterior los dos cabildos de la ciudad habían decidido recurrir a la intercesión milagrosa de aquel devoto crucifijo. Estaba en el convento de San Agustín y nunca había fallado: ni en épocas de sequía ni en épocas de inundación. Pero lo de ahora era mucho peor. Por eso, el día anterior llevaron en andas al viejo crucifijo medieval hasta la Santa Iglesia Catedral, con un gran acompañamiento de todas las órdenes religiosas de la ciudad. Hasta el cortejo estaba diezmado. Hubo quien contó los cientos de frailes que faltaban en aquella comitiva. Cuando llegó a la Catedral, entre olores a descomposición y ratas, el cabildo Catedral salió a recibirlo. En el público alguien parecía escribir una letanía de memoria colectiva: “Polvo, cenizas, corrupción y gusanos, y olvido, olvido…”

El viejo crucificado de pelo natural se quedó en la Catedral. Fueron muchos los que en su última agonía acudieron a venerarlo. Rondaba la muerte que igualaba a grandes y pequeños. Y escaseaba la esperanza en una solución a la epidemia. A la mañana siguiente el crucificado volvió a su viejo convento extramuros la ciudad. Parecía milagroso, pero aquella noche hubo menos muertos en la ciudad. Parecía milagroso, pero aquel día pudieron enterrarse los muertos de la jornada anterior. Incluso algunas fosas preparadas para la jornada quedaron vacías. Los empleados del cabildo pudieron rematar algunas de las cruces callejeras que señalaban los lugares donde se habían enterrado a miles de contagiados. Parecía milagroso, pero aquel día no hubo nuevos casos de contagio. Por eso muchos miraron con devoción a aquel viejo crucificado medieval y le juraron devoción eterna. La peste empezaba a remitir. La muerte empezaba a abandonar la ciudad. Un milagro de un día de Julio de 1649. Día de Santo Tomás Apóstol”.

Y mi padre repuso a todo ello:

-Y es que José: Dios nunca ha dejado a esta tierra nuestra…, sólo un milagro salvo a esta ciudad.

Aquella epidemia mortal afectó gravemente a toda la comarca y a provincias vecinas y hermanas, como los pueblos de la comarca de Estepa y a los pueblos cercanos en las provincias de Sevilla, Córdoba o Málaga como Puente Genil, Rute, Pedroches, Villanueva, Alcaracejos, Belalcázar o Benamejí…

En Estepa por ejemplo había hambre y pobreza, y en el Cabildo de la villa del 16 de junio de 1658 se recoge:

“Que se hallaba esta villa sumamente pobre, sin propios de que valerse, así por la estrechez de los tiempos como por los alojamientos que había tenido de los tercios de la armada real del mar Océano; que se había disminuido la vecindad de suerte que en los últimos dos años, sin contar la que hubo en los antecedentes, había la falta de 150 vecinos, y que en las epidemias de peste de los años 1648, 1649 y 1650, si bien se había librado esta villa gastó mucha suma de maravedises en las cercas y guardias”.

Sin embargo se acentuaron las medidas higiénicas, a los enfermos se les aisló, se desconocía que las pulgas eran las portadoras de la muerte y que por muchas medidas que se tomaran el enemigo era casi invisible… Pero se controló. Se purificaron las casas mediante el fuego y se consiguió controlar la expansión.

Estepa libró de la peste durante los años 1648, 1649 y 1650. Como comarca devota se organizaron actos, cultos, votos y juramentos a sus santos por la protección de la villa o el fin de las epidemias. En Sevilla tuvo especial relevancia los cultos al Stmo. Cristo de San Agustín y a la Virgen de la Hiniesta Gloriosa, o en Utrera fue el origen de la hermandad de Ntra. Sra. de la Consolación, en Málaga se relaciona con la aparición del Stmo. Cristo de la Salud.

En Estepa, el milagro se le atribuyó Patrona de Estepa que es Ntra. Sra. de la Asunción, y con tal motivo se celebraron fiestas en honor de la patrona el 20 de Octubre de 1650.

El milagro de la desaparición de la epidemia, por las causas que fuera, provocó el aumento de la devoción de los fieles a las imágenes, nacieron nuevas hermandades, otras desaparecieron porque los hermanos habían muerto, y tomaron un gran impulso las instituciones hospitalarias.