EL BOSQUE DEL NIÑO PERDIDO

Por: Jose Manuel García Bautista

Las leyendas de muchos de nuestros pueblos y localidades cercanas esconden, en muchas ocasiones, el germen de la verdad. Historias que han ido contándose de padres a hijos y que, hoy, están en el acervo cultural no escrito de cada región.

Así una de esas curiosas e impactantes historias la encontramos en una localidad de la Sierra Norte de Sevilla, muy próxima a la vecina provincia de Córdoba, y es una de esas historias que se han ido contando de generación en generación, diciendo así:

Había una matrimonio en el pueblo que buscaron, durante años, tener un hijo, cuando prácticamente tenían pérdida la esperanza llegó la buena nueva. Fernando nació y sus padres lo celebraron por todo lo alto, dando una fiesta a los vecinos del pueblo, no cabían en su gozo y su felicidad.

Al día siguiente la feliz familia quiso salir a pasear por la sierra y respirar el aire puro de aquel bello entorno natural, hubo un momento en el que dejaron el carrito del niño solo tras de ellos e, incomprensiblemente, siguieron caminando dejando el niño detrás, tal vez por la costumbre que tenían de hacerlo cuando Fernando no había nacido.

Tras un buen rato caminando notaron que habían dejado el carro del niño atrás, muy atrás, y comenzaron a correr en su busca; cuando llegaron ya no estaba allí, el bebé había desaparecido. La desesperación se apoderó de ellos, el error, el despiste, imperdonable. Con un ataque de ansiedad comenzaron a buscar por todo el entorno, no había ni rastro. Corrieron al pueblo, preguntaron a los vecinos, informaron a las autoridades, todos estaban en alerta por si alguien había cogido o visto al bebé.

Tras años buscando a un niño tan deseado, casi en un instante, lo habían perdido. Los vecinos no daban crédito a lo que les había ocurrido y, pese a las repetidas búsquedas, jamás se logró localizar.

Muchas noches, en aquel bosque, se escucha llorar a un niño -o lo que parece el llanto de un niño-, los sorprendidos excursionistas que van por la zona se quedan inquietos aunque lo atribuyen a un animal. Lo que saben de la historia trágica lo calman preguntando al aire: “Fernando, ¿eres tú?”.