EL TERRIBLE ASESINATO DE LAS ESTANQUERAS DE SEVILLA

Por: Jose Manuel García Bautista

En la avenida de Menéndez y Pelayo, un caluroso mes de julio de 1952, la ciudad despertaría bañada en sangre. No se sabrán jamás bien las razones que indujeron a aquel doble asesinato, pero lo cierto es que Matilde Silva Moreno y su hermana Encarnación perderían la vida, tal vez defendiendo la «caja» de su estanco, bajo extrañas circunstancias. Y es que aquel brutal asesinato pasaría a conocerse en el saber y la memoria popular como «el crimen de las estanqueras».

Era el 11 de julio de 195;, el estanco estaba ubicado en el número 24 de la referida calle y Matilde Silva colocaba cajetillas de rubio y de negro en su lugar. Matilde era una señora de avanzada edad, en su azarosa vida nada le haría sospechar que aquellos tres clientes que deseaban ahogar el vicio de fumar entre caladas de un cigarrillo iban a ser sus verdugos. Al pedirle el dinero de la caja, la mujer, instintivamente, comenzó a chillar; los tres individuos vieron como aquellas voces acababan con sus nervios, y uno de ellos, Juan Vázquez Pérez, la acuchilla ensañándose con ella de forma despiadada. Hasta trece puñaladas recibe aquella señora que queda en el suelo bañaba en sangre. Precipitadamente los delincuentes tratan de hacerse con el botín, pero salió Encarnación al despacho de tabaco y nuevamente Juan Vázquez asesina cruelmente, de dieciséis puñaladas, a la segunda víctima… Los cuerpos de ambas yacían sin vida en el suelo del estanco en una escena de violencia inusitada.

No fue hasta la mañana siguiente, en la que el sobrino de las fallecidas fuera a hacer una visita a sus tías, cuando se descubrió el horrible asesinato. Como pudo llamó a la Policía, que se personó en el lugar y de inmediato se dispuso una investigación para que se atrapara a los asesinos. La popularidad de las señoras que regentaban el estanco, su cordialidad y amabilidad, hizo que el pueblo de Sevilla clamara justicia y se presionara a los mandos policiales para una rápida resolución del mismo.

Sevilla hervía, había comentarios de todo tipo, se apuntaban responsables de la masacre y un soplo llegó a la Policía que parecía contener una información correcta, en él se apuntaba hacía la figura de tres maleantes que tenían como medio de vida pequeños hurtos y fracasados intentos de alistarse en la Legión. Se llamaban Francisco Castro Bueno, alias el Tarta, Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez. Apenas transcurridas dos semanas de aquel incidente que llenó de luto e indignación a la ciudad, los sospechosos eran detenidos el 26 de julio y sometidos al más feroz de los interrogatorios. Juan Vázquez se inculpó como responsable de las muertes de Matilde y Encarnación Silva Moreno. No habían pruebas sólidas que incriminasen a los delincuentes en el doble asesinato y los tres tenían argumentos y coartadas para el día en que se cometieron los asesinatos. Pese a todo ello los acusados fueron llevados a juicio bajo acusación de robo con asesinato encontrándoseles culpables de los mismos y siendo condenados a muerte. Pesó más el clamor popular que el peso de la Justicia.

Francisco Castro Bueno, Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez pasaron a disposición judicial. Se apeló la sentencia pero el Tribunal Supremo ratificaría la pena de muerte con la que fueron condenados. La sentencia se hizo práctica en 1956 y los tres acusados fueron ajusticiados teniendo como último asiento el garrote vil, un instrumento de tortura y muerte que aplastaba el bulbo o rompía la cervical con corte medular, provocaba un coma cerebral y, por tanto, la muerte instantánea. Normalmente, en la práctica, la muerte era cruel y alargaba la agonía del condenado, tan es así que en la Constitución de 1978 quedó abolido junto con la pena de muerte en nuestro país. Se cuenta que uno de los acusados, encontrado culpable de este doble crimen, juró hasta el momento de su muerte su inocencia.

En los mentideros de la ciudad incluso se apuntó en la época a la figura de un familiar como responsable de las muertes, pero esta hipótesis, que como tal recogemos, no pudo jamás probarse. Cierto o no, el peso de la Justicia había vuelto a caer ¿sobre los culpables?